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domingo, 11 de agosto de 2019

Pescando Gaviotas


 

    Googles puestos, un par de bolsas con arena amarradas a la cintura, mangera larga, un extremo la muerdo firme y el otro está fuera del agua atorada con unas piedras.
    Camino torpemente por la orilla de la playa hasta llegar donde la marea tapa mis hombros. Doy una bocanada, veo que sí puedo respirar y me sumerjo.
    Nado boca arriba a 20 centímetros de la superficie, saco de mi bolsa pequeños peces que uso de carnada, me dispongo a pescar gaviotas, pero estas no se acercan, cuando menos no como otras veces.
    Siento que algo toca mi hombro derecho, ya me habían advertido que en esa zona vieron tiburones, pero supuse que fueron alucinaciones de una histeria colectiva por los recientes accidentes que ha habido. Yo estoy casi en la orilla.
    Me paralizo y no puedo voltear, siento el contacto ahora por la espalda, cierro los ojos y sólo espero la inminente sacudida a la cual seré objeto.
    Ya pasaron 5 minutos, abro un ojo seguido del otro, frente a mi y por fuera del agua veo el rostro de un anciano observándome fijamente y con una sonrisa de oreja a oreja, me ayuda a incorporarme y mientras lo hizo me dice:

    - ¡¿Te asusté?!

martes, 30 de julio de 2019

Cáscara (cuento)


 

    Caminando por la banqueta esquivando los charcos, zapatos viejos y rotos. Gort, tipo viejo, cara con arrugas muy marcadas de tez morena y en su cara reflejaba el cansancio de la vida, vestimenta estilo militar. Se acerca a la parada de camiones, la noche es fría, oscura y húmeda, acaba de terminar una ligera llovizna y en la calle hay charcos de agua estancada, esto por la mala calidad del alcantarillado pluvial.

    En la pared, por detrás de quienes en este sitio se juntan a esperar el transporte urbano se observa un letrero de neón grande y luminoso, aunque con fallas, invitando a consumir cigarros vitamínicos la presentación que ahí se promociona es de "Complejo B; las mejores vitaminas ahora para fumar" rezaba el letrero.

    
Gort se aleja de la gente, parece tenerles pánico, constantemente voltea a su espalda, en momentos se queda viendo fijo a la oscuridad y se tapa con el gorro de la sudadera la cabeza, parece que le preocupa algo mas que el que el transporte público, a e´l no se le ha mojado el rostro o el cabello. El camión llegó, Gort no se mueve a él hasta que está en alto total. Toda la gente sube al camión, Gort es el ultimo, pero aun así alcanza asiento.

    De su bolsillo trasero saca una tarjeta y la pasa por un dispositivo que marca el precio con la leyenda de "Pagado", la plumilla de la entrada se levanta y camina hasta su lugar. El camión está iluminado con luz blanca, de esa que a la primera exposición hace que te duelan los ojos, pero no le hace mella Él camina hasta un sillón, se sienta. Observa a su alrededor, los pasajeros son en su mayoría estudiantes de secundaria, éstos se le quedan viendo.

    El camión termina su ruta recorriendo un camino que duró por espacio de quince minutos, el clima empeora, la pequeña llovizna se convirtió en aguacero y 
Gort no quería bajar. El chofer le indica que es el ultimo y tiene que bajar, el Tipo no quiere, se rehúsa a hacerlo.

    El encargado del transporte camina hasta 
Gort y lo toma de un brazo, le da un par de puñetazos en el rostro y lo baja por la fuerza. Gort cae al suelo y queda empapado en la banqueta y desde el interior de su cuerpo comienza a salir humo y chispas que van quemando la ropa que trae puesta. La piel se va derritiendo como plástico en la lumbre y deja ver poco a poco el esqueleto lleno de cables de cobre y chips fundidos. La gente hizo un circulo alrededor de Gort y vio todo atenta, al final del espectáculo tomó sus pertenencias y se fue del lugar indiferente para continuar con su vida.

    A lo lejos se oye venir un camión recolector de basura, en él hay unas bocinas externas con melodías de Mozart tocadas el estilo electrónico. Dentro de la cabina, al Chofer le indican por la radio frecuencia que uno de los autómatas cosechadores sufrió un desperfecto. El copiloto de la unidad murmura:


     -¿Por que vienen si ya saben que no se tienen que mezclar entre nosotros?
    La noche es más oscura y al camión lo ilumina un arbotante, la lluvia arrecia y solo se aprecia a lo lejos a contra luz la silueta del camión recolector y al lado dos tipo levantando con palas los restos de Gort que al principio de la noche tomo el camión con la esperanza de llegar a su hogar.
    

miércoles, 17 de julio de 2019

Revolución sin piedras


    El carruaje va lento y es mas bajo a diferencia de los demás, este no es jalado por caballos, en cambio, en el baúl de enfrente tiene una máquina que echa humo, eso lo hace avanzar. El carro es negro, parece un ataúd con ruedas. No me gusta, es muy ruidoso. No tiene techo, dicen que los que si lo tienen son mas caros, si embargo a mi Tío, dueño de este carro, le gusta ser observado manejando, por las jovencitas del pueblo.
    Mi madre recién enviudó, nos dirigimos a vivir con el tío Pelagio, hermano de mi padre y dueño de la hacienda agrícola, esta se extienden por mas de 50 kilómetros a la redonda, una vez llegando, el chofer estaciona el carro.
    Nosotros venimos de un pueblo humilde y no estamos acostumbrados a los lujos ni a los modales. Intenté abrir la puerta del vehículo para ser el primero en saludar al Tío. Mi madre me detuvo en el acto.
   - La puerta es asunto del chofer, si la abres le faltas al respeto.
   Mi madre se ha preocupado por educarme adecuadamente en los códigos de etiqueta y tengo que hacer lo que ella sugiere. 
   La primera en bajar es mi tía Alicia, ella es muy agradable y está siempre de buen humor, me cae muy bien, menos cuando me pellizcara en los cachetes al saludar. Siempre viste con atuendos hermosos. Hoy lleva uno blanco y la falda mida casi dos metros de circunferencia, creo.
    - Gracias, Jaime. Le dice al chofer mientras sostiene la portezuela del carro.
Mi madre repite lo mismo y cuando es mi turno en bajar, le pregunto por mi tío Pelagio.
   Jaime, el chofer, tiene una cara muy estirada y aunque su rostro parezca estar viendo al cielo, sus ojos están al pendiente a todo lo que sucede al su alrededor.
   - Salió, señorito, parece que hubo problemas en la capital.
   La hacienda es grandísima, el garaje donde se guardó el carro se fusiona con la estancia de la casa la cual está tapizada en azulejo, el suelo está ajedrezado y adornado en la paredes hay estatuas de marfil.
   La tía Alicia hace perfumes y toda la casa huele muy río. Tiene un pequeño laboratorio a un lado de la entrada para que el aire distribuya el aroma por cada uno de los rincones de la casa.
   Del sillón tomé un cojín que tenía un aroma dulce, cerré los ojos, al abrazarlo sentí como si una nube se paseara por mis brazos, acomodándose anatómicamente a mi figura, me sentía tan agosto que me dieron ganas de acostarme en él. Si el hombre pudiera volar como lo hacen los pájaros, seguro así se sentiría, pensé.
   Mis fosas nasales se embriagaron con el aroma, mis partes erógenas se estremecieron, yo solo tenía diez años, pero sentía en cada miembro de mi cuerpo los latidos del corazón.
   De un fuerte estruendo azotaron la puerta de la entrada despertándome de mi sueño, era el capataz de la hacienda.
    - ¿Ya llegaron? preguntó apresurado.
   - Acá estamos, en el laboratorio, pero solo es uno. Contesta la tía Alicia.
  Yo aun estaba ensordecido por el violento sonido de la puerta, el carraspeo de los botas en el suelo era peor que una hoja de papel tratando de borrar la tiza en el pizarrón escolar.
   El capataz volteó a verme y con voz burlona, tratando de esconder la risa dijo.
   - Es muy flaco, pero servirá. Ven acompáñame, te voy a presentar a mi hijo, él también nos ayudará en la montaña.
   Volteé a ver a mi madre, ella nunca me dijo que me pondrían a trabajar, mucho menos que la haría de peón.
   - Ve acompáñalo, te enseñará a ser útil a la hacienda. Dijo mi madre y con su mano señalando la puerta de salida.
   Los oídos aun me chillaban, pero pronto salimos de la hacienda fueron recompensados a través de la vista. Los campos de cultivo eran una gran alfombra de colores. Tal como los sueños de un fotógrafo, pero a diferencias de sus capturas, esta imagen si retenían con fidelidad la estela de colores.
   El primer campo estaba sembrado con hortalizas, todas de colores diferentes, pintado de amarillo que se extendía hasta donde la vista alcanza a observar, las parcelas estaban divididas solo por unos surcos de agua.
   Yo no era conocedor de lo que ahí se sembraba, pero eran vegetales muy coloridos. Los verdes estaban en todos los tonos, según avanzábamos montados en el caballo, los colores cambiaban. El rojo era un sembradío que lucía en todo su esplendor, parecían borbotones de sangre que crecían de la tierra y contrastaban con la vestimenta blanca y brillante de los peones que cosechaban.
   Avanzamos sobre las parcelas y pasamos el glorioso extasis visual para llegar a un pequeño camino pedregoso en medio de dos riscos.
   Alrededor de este camino hacía la empinada, había cerca de dos mil sombreros con un fusil cada uno, distribuidos por ambas partes de los riscos, era muchos y estaban escondidos entre las piedras.
   El hijo del Capataz, niño como de unos 13 años, muy alto, sin embargo no mas musculoso que yo, me llevó por detrás de uno de los riscos, por un sendero que pasaba por cada uno de los escondites donde estaban instalados los sombreros con los fusiles para amarrar a los perros. Poníamos dos en cada puesto, cada uno tenía por lo menos cinco fusiles apuntando a la vereda.
   Una vez que terminamos con los perros, nos fuimos a esconder a la altura media de uno de los riscos, ahora podíamos ver todo a nuestro alrededor. El Capataz llegó con nosotros y nos dio un fusil a cada uno.
   - Le explicas, parece que él nunca a disparado uno antes- Dice el Capataz mirando a su hijo.
   Tomé el fusil, era magnificente al tacto, agradable, duro, pero resbaloso como si fuera de oro en vez de fierro, el magno de madera, parecían las piernas de una dama que coquetea constante contigo. Mi rostro comenzó a acariciar el arma y yo la observaba fijamente. El Capataz interrumpió.
   - ¡Cuidado niño! las armas son como las mujeres; si te enamoras a primera vista, quien te sedujo fue el Diablo y, al igual que ellas, las tienes que manejar con mucho cuidado.
   De inmediato me aparté del arma, la mantenía colgada en mi hombro y apuntando al suelo.
   Pasó medio día de estar en un solo  lugar e inmóviles, a lo lejos se veía una columna continua de polvo que se levantaba por el mismo sitio que se extendía el camino, el Capataz observaba con sus binoculares a los forasteros, se sube en su caballo y se pone en el sendero, en medio del camino.
   Una vez que los visitantes llegaron al camino empedrado titubearon para entrar, observaron las paredes de la colina y detuvieron su marcha. El Capataz salió y les preguntó sus intensiones. NO alcanzamos a oír, donde nosotros estábamos era muy lejos y solo se oían los murmullos, a nuestros oídos solo llegaba el zumbido del viento helado que anunciaba que la muerte se transportaba junto los visitantes.
   Eran casi 200 mil revolucionarios, todos armados hasta los dientes, venía cada uno en su caballo y en el rostro reflejaban la ira guardada por años de abusos. Mi compañero y yo poníamos atención al líder de los visitantes, pero no se podía oír mucho hasta arriba. El Capataz les dio un papel firmado por él mismo y les dejó libre el paso. Mi compañero volteó a verme.
   - Creo que dijo que van a Zacatecas. Volteó a seguir tratando de escuchar.
   Los perros no dejaban de ladrar. El Capataz nos hizo señas y los visitantes continuaron con la marcha.
   - Son revolucionarios, para ellos somos el enemigo por trabajar en la hacienda, sin embargo, nosotros también queremos que caiga el mal gobierno, así que nos tenemos que defender de ellos y también atacamos a los federales. Me explica el niño.
   Una vez que pasó todo el ejército revolucionario, nuestro jefe fue por nosotros para ir a comer; una vez que salimos de la trinchera mi compañero y el Capataz trataron de no reírse de mi, no me había dado cuenta que me había orinado en los pantalones al pensar que iríamos a batalla.
   - No te preocupes, a mi me pasa seguido también, es normal. Me dijo mi compañero al mismo tiempo que subía al caballo.    
     Al regresar a la hacienda mi madre me recibió con un gran abrazo y repetía constantemente.
   - Ya eres un hombre. Al verme con el fusil y todo miado.
   Después de un merecido baño nos sentamos a la mesa, en ella había el mejor caldo de pollo que he probado en mi vida. cada uno de los ingredientes se manifestaron galopantes en mi paladar, cada cucharada era un suspiro de gratitud por haber salido con vida y por tener la oportunidad de seguir disfrutando de estos detalles.
   Al terminar le dije a mi compañero si les íbamos llevar de comer a los atrincherados, él se rió.
   - ¿cuales? preguntó. - Los que viste el la colina son señuelos, en la montaña solo estábamos nosotros tres, pero si te decíamos eso desde el principio, capaz de que no solo te hacías pipí.
   - ¿Cuantas balas se disparara hoy, Alejandro? Preguntó mi tía Alicia.
   - Ninguna, señora. respondió el Capataz. - hice gala de mi talento diplomático para eso, recuerde, señora mía, que la mejor guerra es donde no se percute ninguna bala.
   El tío Froilán nunca llegó, parece que se unió al nuevo gobierno constitucionalista y fue uno de los redactores del documento que garantizaría la convivencia  de cada uno de los ciudadanos de este País.

viernes, 12 de julio de 2019

Videos de ejercicios audiovisuales universitarios de la UABC, Mexicali.

Il Balletto delle sedie


Cortometraje imitando la técnica de efectos especiales al estilo Melie.

Pose, video reversionado


Video realizado como proyecto audiovisual de la UABC. Mexicali, B.C. 1 junio de 2018


Qué ves


Corto experimental "serie B" hecho en la escuela de Medios Audiovisuales de la UABC. 8) Interpretación de "White Trash". Dirección, cortes y disparos por Gilberto Cruzmanjarrez "Soñador" interpretado por Érik Ojeda

lunes, 8 de julio de 2019

Cortometraje: Un día de suerte


Cortometraje realizado en el diplomado de Realización cinematográfica del CCC en el 2005 en asociación con el ICBC, Mexicali.
Guión de Xavier Fajardo.
Fotografía de Pablo Villagomez
Dirección de Gilberto Cruzmanjarrez